La civilización helenica de la Grecia antigua se extendió por la Península Balcánica, las islas del mar Egeo y las costas de la península de Anatolia, en la actual Turquía, constituyendo la llamada Hélade. La civilización helénica o griega tiene su origen en las culturas cretense y micénica.
Hacia el 2700
a.C. se desarrolló en la isla de Creta una rica y floreciente cultura comercial
perteneciente a la Edad del Bronce. Esta cultura recibe el nombre
de minoica o
cretense. En torno al año 1600 a.C., los aqueos, un pueblo de habla griega y de
origen indoeuropeo,
irrumpieron en el territorio de la Grecia continental, estableciéndose en el
extremo noreste de la península del Peloponeso. Este pueblo llegó a dominar a
los cretenses. Su ciudad más importante fue Micenas.
Hacia el año 1200
a.C., otro pueblo de origen griego, los dorios, que utilizaban armas de hierro,
se apoderaron de Grecia derrotando a los micenios. La guerra de Troya, descrita
por Homero en
la iliada, fue, probablemente, uno de los conflictos bélicos que tuvieron
relación con esta invasión. Esparta y Corinto se transformaron en las
principales ciudades dóricas. Con los dorios empezó un período de retroceso
cultural que se conoce con el nombre de edad obscura.
Después de la
conquista de los dorios, la vida en toda Grecia descendió a un nivel muy
primitivo, y así se mantuvo durante varios cientos de años. Sin embargo, desde
el siglo VIII y hasta el siglo VI a.C., período que se conoce como época
arcaica, Grecia desarrolló y culminó una gran recuperación política, económica
y cultural.
Tal recuperación
fue posible gracias a la organización en ciudades Estado (polis) y a la fundación de
colonias en
las costas de Asia Menor y del mar Negro, en Sicilia, en el sur de italia
en el sur de Francia y en el levante español.
Las nuevas
colonias se convirtieron en polis políticamente independientes de la metrópoli (polis
madre), pero mantuvieron estrechos vínculos religiosos, económicos y culturales.
Estas colonias fueron uno de los factores del desarrollo económico de Grecia en
este período.
Los siglos V y IV
a.C. corresponden al
apogeo de las grandes ciudades estado
independientes, entre las que destacan las polis de Atenas y Esparta.
Cada uno de estos
grandes estados absorbió a sus débiles vecinos en una liga o
confederación dirigida bajo su control. Esparta, estado militarizado y aristocratico, estableció su poder a base
de conquistas y gobernó sus estados súbditos con un control muy estricto. La
unificación del Ática,
por el contrario, se realizó de forma pacífica y de
mutuo acuerdo bajo la dirección de Atenas.
Al principio del
período, los griegos se unieron para derrotar a los temidos persas en las
llamadas guerras medicas. Tras la victoria, Atenas se convirtió en la potencia hegemonica de
la Liga de Delos,
alianza que se había formado para defenderse de los persas. En política interior los
atenienses consolidaron el sistema político conocido con el nombre de
democracia, gobierno del pueblo, y en política exterior se convirtieron en la
gran potencia político-militar de la Hélade, lo que les acarreó gran número
enemigos. Este periodo es denominado como la 'Edad de orode Atenas',
o 'Siglo de pericles' en honor al gobernante que llevó a Atenas a su máximo
esplendor.
Durante el mandato
de Pericles se construyeron el partenon, el erecteion y
otros grandes
edificios. El teatro griego alcanzó su máxima expresión con las
obras trágicas de
autores como Esquilo, Sófocles y Eurípides y el autor de comedias
Aristófanes, Tucsidides y Herodoto fueron famosos historiadores, y el filósofo
socrates fue
otra figura de la Atenas de Pericles quien hizo de la ciudad un centro
artístico y cultural sin rival.
Las diferencias
entre Atenas y Esparta desembocaron en la destructora guerra del Peloponeso, en
la que participaron casi todos los griegos unidos a uno u otro bando. La guerra
duró hasta el 404 a.C. y acabó con la derrota de los atenienses y el
establecimiento de la hegemonía espartana sobre Grecia.
Aprovechando la
confusión y debilidad de los contendientes en las Guerras del
Peloponeso, el rey
Filipo de Macedonia convirtió
su reino en la nueva potencia de la Hélade. Macedonia no estaba desgastada por
las luchas y disponía de recusos naturales (cereales, oro y madera). La batalla
de Queronea (338
a.C.) le permitió anexionarse Atenas y Tebas. Tras la muerte de Filipo II, su
hijo Alejandro
magno, conquistó Persia y dirigió sus ejércitos hacia Egipto y la
India, formando un gran imperio.
Tras su muerte en
Babilonia (323 a.C.) sus generales se repartieron sus posesiones. Con Alejandro
desaparecía el antiguo poder de los griegos, pero no su cultura que, fusionada con
la oriental, dio origen al mundo helenestico.

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